Ready for delivery.
Esto de las bodas es un concepto que siempre se ha aderezado con mucha miel, tirándole a demasiada. A la gente le gusta asociar el amor con cursilería barata, corazoncitos, chocolatitos, vestidos blancos y un catálogo enorme de símbolos francamente empalagosos. El enamoramiento per se, es un cocktail de sensaciones adrenalínicas que definitivamente pueden llevar al rocker mas ass kicker a esponjarse la greña metalera a la menor insinuación de la amada en cuestión. Chale, yo wedding photographer que le dicen y detesto el numerito. Pues no!
Resulta que yo hago foto desde hace mucho tiempo. Tenía más o menos siete cuando Fabiola, hermana de mi mamá me regaló una fabulosa Polaroid. Recuerdo que era un aparato grande, adornado con una especie de imitación madera como muchas cosas sofisticadas solían ser (Atari 2600), y en la parte baja al frente un vinil que se encontaba alcolchonadito, ah, que manera de cuidar el detalle. Nunca ha sido barato tener en operación una Polaroid y cuando eres un moconete de 7 años pues francamente no aspiras a eso, recuerdo que de alguna manera obtuve la batería que la hacia moverse por dentro, no funcionar. La sensación de tener la maquina viva era emocionante. Jamás salió una impresión de aquella cámara pero recuerdo cada una de las fotos que imaginé salir entre esos rodillos de acero.
Así pasé de la Polaroid al ViewMaster, llegó después una fabulosa Ansco que vivía en el buró de mi madre y que desde luego jamás funcionó pero de igual manera, el sonido de ese pequeño obturador era fascinante. Vinieron muchas, no recuerdo cada una pero con nostalgia revivo el espectáculo de ver humear el flash de cubo después de cada destello, se extraña. Era algo sumamente delicado, teníamos que cuidar cada una de las activaciones, los momentos a inmortalizar en papel no eran muchos y debían ser bien estudiados, se debía esperar el momento exacto a costa de dejarlo pasar. En fin.
Llego el tiempo de la verdad. Al llegar mi graduación de sexto de primaria, todo indicaba que los momentos mas importantes de mi vida estaban por suceder, se juntaron muchas cosas. La emoción de la fiesta, empezando porque se nos requirió de saco y corbata que ya era suceso, la fiesta, comida formal en el University Club, bueno, la niña dueña de mis recreos que me hacia babear nomas de verla escoltar la bandera cada lunes, el bailongo a posteriori en un x piso de un edificio en la colonia Condesa, se bailaba The Look the Roxette y se gozaba con las letras del General aprovechando que los láser acicalaban suavemente la pista y el hielo seco disimulaba nuestro primer esboso de vello facial. El que no raspó las suelas esa noche, se perdió de algo importante en su desarrollo. Esa noche yo fui amo y señor de un Agfa ASA 1600 de 36 exposiciones dentro de mi Kodak manualísima de lente fijo, plasticosita. Mi vida cambió. Ahora veo esas 36 impresiones y veo 30 de la susodicha y las 6 restantes de mis cuates mas cercanos. Ahora se que esa era mi manera de ver el mundo.
Pasó tiempo y seguia experimentando una que otra vez, sin motivos tan significantes pero jamás dejó de ser un placer. LLegó la pubertad. Que alguien me explique porque habemos algunos que de verdad estamos en contra del mundo cuando andamos por ahí del los 14. Yo viví enojado, no me gustaba absolutamente nada, dejé mis aficiones porque eran estúpidas me dedique a hacerme la vida imposible. En esta etapa no existe registro fotográfico de mi existencia, lastima, fuí muy pintoresco, colorido, perforado y rayado. Sería bueno verme ahora. Ojalá me hubieran amarrado y agarrado a flashazos en los meros ojos!
Como todo lo que sube, tiene que bajar, yo bajé y me di un buen madrazo, pero ya estaba de vuelta. Al retomar el rumbo lo primero que hice fue entrar a una tienda de un italiano transa en Hollywood Boulevard y comprarme una Yashica AF300, hermosa réflex con metering electrónico, un maravilloso zoom metálico de buena consistencia. Estaba hecho.
Esa cámara me llevó a buscar ahora si la manera de hacerme fotógrafo. Porque así fue, entré a tomar unas clases de fotografía en la Ibero, aprendí a revelar en cuarto oscuro, a exponer correctamente. Era increíble vivir el proceso e ir a Camara #1 a comprar mi paquete de Ilford.
Pasaron algunos años de esta manera hasta que me topé en el 2004 con una maravilla de la ingeniería que se llamaba Casio QV10. Esta era una de las primeras cámaras digitales disponibles al consumidor, tenía una resolución de un cuarto de pixel y la imágen era tan asombrosa como ver a David Copperfield desaparecer la estatua de la libertad en el 2012. Era muy shoqueante ver en una pantalla ver lo que acababas de capturar. No tardé mucho en cansarme de este nuevo formato y regresar a mis análogas, creo que de alguna manera sabía que esos disquetes de 3 y media se me iban a perder y así fue.
Si no han desertado de esta lectura, no quiero que lo hagan ahora, por eso voy a dejarme de rollo. Así fue durante un tiempo, colaboré para proyectos de arte, algunas exposiciones, catalogaciones y demás. Ahora soy, después de mucha escuela, investigación, talleres, experiencia, vida, errores, colores y composiciones pero sobre todo, el rayo iluminador, fotógrafo profesional, y si, hago bodas y me encanta y dejenme decirles antes de que me hagan cara de fuchi que la fotografía de boda es el puritito arte, puede ser tan documental como se deje, tan vanguardista como se pueda, tan precisa como el momento exacto y tan difícil como ninguna otra. Yo soy artista, yo soy estético, yo aprendí a reconocer la belleza, mis fotografías mueven emociones, cuentan historias, crean ambientes, tocan el fondo del ser humano sin que el ser humano se da cuenta que esta siendo tocado. Eso es lo que hago y si no lo amara no lo haría. Soy diferente y mi foto soy yo.
Emociones listas para ser entregadas.